21.6.09

Aquellos ojos verdes

Mi padre fue un padre imperfecto. Mucho. Un tipo casi ausente aun en la presencia. Parco. Nostálgico de vaya a saber qué tiempos.
Pero no fueron su falta de palabras o su melancolía las razones de nuestra distancia. Fue mi madre. Ella, sin proponérselo era el centro de todas las miradas, de todos los amores, de todos los te quiero. Ella era la fuerza motora de la vida, el eje vital de nuestra casa, el vaso comunicante que nos aseguraba cohesión. Hasta que ya no estuvo.
Entonces vi aparecer un par de ojos, verdes de tanto tomar “matecocido”, y entendí su lenguaje. Mi viejo miraba y pedía, mi viejo veía y esperaba, mi viejo era un gran orador de miradas enormes incapaces de un reproche.
Muchas fueron las veces en que, desde mi pretendida elocuencia, lo reprendí por sus silencios, por lo monocorde de sus palabras. Tarde fui a saber, que el parkinson, en su primer avance, afecta a las cuerdas vocales y les resta colores e inflexiones.
Amé a mi padre. Menos de lo que debí seguramente, mucho menos de lo que él me quiso.
Erróneamente creí que era yo quien lo cuidaba y asistía. Y tal vez en un punto así fuese: el parkinson es una enfermedad limitante para quien la padece y reveladora de quien, como yo, la asiste. Te enseña egoísta, vil, detestable. Yo me vi, no me lo contaron.
Y aun así, mi padre me amó. Se cuidó de exasperarme a tal punto que definió morirse durante un viaje mío. Me cuidó de mí. E hizo un gran trabajo.
Mi viejo estuvo siempre. Eclipsado por el fulgor de mi madre sí, pero asegurándose que tamaño fuego no se descontrolara. No sé si eligió ese rol o le vino impuesto con algún mandato. Mas lo ejerció con un tremendo sentido de tolerancia. A veces noto en Bruno ese perfil mediador y vuelvo a verlo.
Mi padre fue mucho mejor padre que yo hija. No mereció la suerte de encontrarme ni yo la de tenerlo. Pero agradezco a quien, confundido, revoleó las tabas al aire y nos juntó en la partida.
Sé que me perdonó por lo que le falté; y es que siempre fue más generoso que yo, que no consigo absolverme.
Sin embargo aprendo. Todos los días. De los recuerdos, de su ausencia, de su presencia, de intuirlo, de convocarlo.
Así, cuando las tabas vayan al aire llevándose el impulso de un nuevo encuentro, sabré ser mejor hija, mejor ser humano.

13.6.09

A los amigos les adeudo...

La palabra bien dicha es reparadora. Y en tiempos en que el grito y la crispación son las señas particulares del discurso, al menos la búsqueda del bálsamo se entiende como una virtud. Gracias a los amigos y compañeros de la Segunda Comisión de Locutores Provinciales Éter. Gracias a ustedes fue un año maravilloso y lo conseguido es sólo nuestro. El video es un trabajo cariñoso y comprometido del locutor Miguel Ramírez.