15.2.10

De claroscuro

Me siento ante la pantalla y el titilar del cursor me distrae de aquello que quiero escribir. Es el ritmo vital de mi idea. Hasta que, desacompasado y muerto de calor, colapsa y desaparece.

Pienso en el desmayo del concepto y en esa agonía breve consecuencia de un verano agobiante (mierda! cómo son acaso los veranos chaqueños?); en los cortes en el servicio de SECHEEP, the fight of the century Mauro-Emerenciano, el Siglo de las Luces y el Oscurantismo.

Ni una línea más para Martínez Leone, padre de todas las calamidades, no aquí al menos. Sí una mínima para el entrevero de Bistman (por quien tengo harto cariño) y Sena. No puedo admitirme otra distracción. Sobre el avance piquetero y las demandas sociales hay tanto hablado y escrito como cínicas obviedades y verdades demagogas ofician de argumentos. Demasiado sentido común.

Me soprende entonces que el eje de discusión no hubiera pasado, tangencialmente al menos, por el reclamo del ex empleado del 9. Recapitulamos? Mi profe Javier Rubel lo contaría así: Un tipito trabaja en negro durante cinco años para un canal. Lo despiden, va a la justicia. La balanza se inclina hacia el tipito. Pasado un tiempo, el tipito reclama el cumplimiento del fallo, que establece el pago de indemnización. Fin.

Ahí está el eje. Ahí el carozo, hueso, núcleo, sustancia. Los trabajadores de prensa, de la comunicación y locutores nos debemos un debate. Uno que discuta, si fuere necesario, "la pauta oficial" o incremento de salarios. Uno que pida y demande formalidad laboral y reconocimiento de los convenios de trabajo, y escuche las exigencias empresariales. Pero además que derrame sobre sí una enorme capacidad autocrítica que nos exponga. Es imprescindible reconocernos en el acierto y en el error. Contextualizar el rol que cada uno cumple y redimensionar la tarea para la que estamos preparados. Porque... estamos preparados, no?

Me perturba ver cómo el foco de conflicto se nos escapa del análisis. Discurrir más allá de la sensación térmica o las tarifas de transporte parece una aventura quijotesca. Y ya se sabe, casi todos tienen una Dulcinea, otros tantos un Sancho Panza, mas, pocos un Rocinante al que enancarse.

Kant, maravilloso referente del Iluminismo, sostenía que la inferioridad, consecuencia de la ignorancia, impedía al Hombre alcanzar la conciencia de su destino. Un individuo con la madurez adecuada no sólo puede sino debe construir la sociedad a partir de puntos de vista racionales. Desde el Contrato Social, Rousseau explicó la existencia del Estado y la resignación de ciertas libertades individuales en pos de un bienestar general. Mientras, en el Oscurantismo era el clero quien monopolizaba los saberes y la libre expresión obtenía pirómanos resultados.

Pero HOY, quién administra el latifundio de la información? Acaso más importante sea saber de qué está compuesta la fauna de los medios. Seremos aquellos cuestionados optimistas que entienden las leyes y los principios como referencias de gobierno y sociedad? O somos los otros, incapaces de crítica o análisis alguno, atemorizados ante ciertas deidades? Sospecho que hay mucho de lo segundo que de lo primero.

Aunque en esta falta de luz (y de criterio), por mucho que les pese a varios, Martínez Leone nada tiene que ver.